Los productos estructurados son unos diseños bancarios que se caracterizan fundamentalmente porque combinan varios de ellos bajo una sola estructura.
Reúnen en un solo modelo diferentes productos, confeccionados por los bancos, de diversa naturaleza, ya sean destinados al ahorro o a la inversión.
Esta estrategia comercial se ha desarrollado para incrementar la rentabilidad de los productos bancarios tradicionales.
Como consecuencia de la decisión del Banco Central Europeo (BCE) de abaratar el precio de dinero —la cual ha llevado a que los tipos de interés en la zona euro estén situados en un histórico 0 %—, su aplicación ha adquirido una especial relevancia durante los últimos años, con el objetivo de que sus suscriptores puedan mejorar el rendimiento de sus ahorros.
¿En qué consisten los productos estructurados?
Los productos estructurados se distinguen porque están vinculados a uno o varios activos financieros, a los que se denominan subyacentes.
Estos pueden proceder de diferentes fuentes: valores bursátiles, mercados de divisas, tipos de interés y, en realidad, cualquier mercado financiero.
Esta composición determina que su interés resulte más rentable, aunque también se asumen más riesgos. No en vano, los hay de diferentes categorías: desde los que generan una total protección del capital hasta los que no ofrecen ningún capital protegido, pasando por aquellos que lo hacen de forma parcial.
El riesgo final, en consecuencia, depende de la configuración definitiva de cada uno de estos productos estructurados.
Gran variedad de productos estruturados
Dado que están compuestos por varios formatos bancarios, los productos estructurados plantean una oferta mucho más amplia, que alcanza tanto la inversión como la financiación.
Se distinguen no solo por su naturaleza, también por los activos financieros en los que invierten. Uno de los más habituales en la actual propuesta que están desarrollando las entidades financieras son los depósitos estructurados, los cuales están ligados a otros activos: dependientes de la bolsa o procedentes de otros mercados financieros —como divisas, metales preciosos, materias primas, etc.—, que permiten a sus titulares mejorar su rentabilidad.
Bajos estos mismos parámetros se sitúan también los fondos de inversión, algunos de los cuales son estructurados; es decir, que están abiertos a otras fórmulas de inversión para ampliar los intereses generados por su contratación.
En cualquier caso, están concebidos con o sin garantía de capital a vencimiento. Los productos estructurados alcanzan, en definitiva, a otra serie de productos financieros que pueden ser suscritos por los clientes: contratos financieros, bonos, etc.
De esta forma, al ofrecer mayor variedad de posibilidades al destinatario final de los productos, estos pueden elegirlo en función de muchas más variables, incluidos sus perfiles de usuario.
El grado de liquidez o el tratamiento fiscal serán algunos de los criterios más importantes para decantarse, definitivamente, por alguna de estas propuestas.